Cuerdos y ciegos
Iba caminando, como de costumbre, luego de mi trabajo a descansar a mi casa. Había sido un día martes como cualquier otro, generalmente estos días son especialmente pesados. Tienen un efecto especial, porque siempre termino mis lunes muy cansado, como si ya fuera miércoles, y de pronto me doy cuenta que estoy recién empezando mi semana. Es frustrante... por eso los martes son tan agotadores.
Seguí el camino de siempre, ¿por qué habría de ser diferente? ¿Por qué tomaría uno distinto? Todo debía disponerse como era ya rutinario. Los martes, justamente por ser más pesados, siempre pedía que me esperaran con una sopa reconfortante. Mis pequeños querubines, aunque revoltosos, le dan vida a la casa. Cierto es que me agotan con facilidad, y que cuesta ser tierno y simpático cuando te toca disciplinarlos. Pero ahora, sobre todo ahora, a minutos de llegar a mi casa, los extraño y los quiero como nunca.
Todo debía ser normal a todos los martes, y sin embargo, no fue así. A medio camino, apareció una persona deshecha. Estaba histérico, no se podía distinguir bien al principio si estaba enojado o triste, porque lloraba y a la vez gritaba con rabia. Estaba fuera de sí, completamente despeinado, con la expresión como si hubiese sido testigo de un asesinato o como si él mismo lo hubiese cometido. Admito que me asusté mucho, y al principio no pude prestar atención a lo que decía, porque su imagen era más potente que sus palabras. Más tarde pude entenderlo un poco más.
Estaba corriendo de un lado para otro, se dirigió a un hombre que estaba un poco antes que yo y lo increpó. Le dijo que cómo no hacía nada, que por favor lo ayudaran, que había niños que se estaban muriendo justo al lado suyo. Me perturbé por completo, miré a mi alrededor y busqué a los niños; pero no estaban por ningún lado. Pero él insistía y apuntaba al lado del señor, que ya no sabía cómo reaccionar y vi que estaba apunto de golpearlo, seguramente pensando que era un intento de asalto. El lunático pronto se dio cuenta de la impresión que le estaba causando a su interlocutor y lo dejó, no sin antes mostrarle una inexpresable cara de repulsión. Y ahí fue cuando me observó y se dirigió a mí. Ahora era a mí a quién interpelaba, sólo que empezó desde un principio más violento, preguntándome si acaso yo tampoco haría nada. No supe qué responder, moví mi cabeza diciéndole que no, sólo que no supe qué le estaba negando. Sus gritos se volvieron de angustia y me tomó de la ropa, pidiéndome que por favor los ayudara, que se estaban muriendo justo al lado mío, que tenían hambre, que algunos estaban gritando y otros ya no tenían fuerzas para hacerlo. Me dijo que a algunos los había secuestrado un grupo rebelde, que los sacaron de sus casas por la noche y los obligaban a matar. Yo no entendía nada, miraba a mi alrededor y no los veía, y por la angustia del señor pensé que tal vez le había pasado algo a sus hijos. Le dije que llamáramos a los carabineros, pero el me negó con la cabeza y ya sin poder hablar sólo se tiró al piso a llorar desconsolado. Fue entonces cuando llegó otra persona buscándolo, de bata blanca, por lo que deduje que era un médico. Se aproximó a nosotros y me pidió disculpas. Mientras tomaba al loco, me explicó que era un paciente que se había escapado, alguien que al parecer padece de esquizofrenia y que enloqueció luego de visitar África, creo. Me dijo que desde entonces parece alucinar y cree ver a estos niños que mueren de hambre allá, sólo que los ve al lado nuestro. Al decir esto y mientras el esquizofrénico se paraba, dijo: "no estoy loco, son ustedes los ciegos que no quieren ver". El médico no le discutió, sólo le dio palabras para tranquilizarlo un poco. Cuando ya se estaban yendo, me pidió nuevamente disculpas y me dijo que tratara de entenderlo, después de todo, le tocó ver una realidad muy fuerte y que no soportó el impacto, a lo que le respondí: "bueno, se entiende, la situación de esos pobres niños es insoportable". "Sí, qué lástima. Dios quiera que algún día acaben esas penas", me dijo antes de desaparecer.
Traté de volver normalmente, de hacer las cosas como siempre, pero algo era diferente. Por un momento me puse un poco paranoico y miraba a mi alrededor constantemente, por si es que había algún niño muerto. De pronto sentí que eso podría estar más cerca, me imaginé incluso cómo sería si esos niños realmente estuvieran muriendo a nuestro lado y no fuéramos capaces de verlo; pero ya al cabo de 10 minutos se me había pasado la paranoia y agradecí que es realidad no fuera de este lugar. Luego me fui preguntando cómo es posible que la locura pueda pegarse de esa manera, con sólo un par de segundos y me hizo cuestionar lo que era real y lo que era mentira.
Al llegar a mi casa, ya todo era normal. Pude tomar mi sopa y quitarme un poco los nervios que se quedaron conmigo después del incidente. De todas formas, esta vez me nació darle un abrazo más grande a mis pequeños. Quise abrazarlos un poco más y agradecí que no nos tocara ese tipo de cosas. Aunque un poco extrañados, recibieron bien mi exceso de cariño. Pero traté de que no se notara mucho, porque podrían malacostumbrarse y aprovecharse, así que después de 10 minutos les pregunté por sus tareas para mañana.
Seguí el camino de siempre, ¿por qué habría de ser diferente? ¿Por qué tomaría uno distinto? Todo debía disponerse como era ya rutinario. Los martes, justamente por ser más pesados, siempre pedía que me esperaran con una sopa reconfortante. Mis pequeños querubines, aunque revoltosos, le dan vida a la casa. Cierto es que me agotan con facilidad, y que cuesta ser tierno y simpático cuando te toca disciplinarlos. Pero ahora, sobre todo ahora, a minutos de llegar a mi casa, los extraño y los quiero como nunca.
Todo debía ser normal a todos los martes, y sin embargo, no fue así. A medio camino, apareció una persona deshecha. Estaba histérico, no se podía distinguir bien al principio si estaba enojado o triste, porque lloraba y a la vez gritaba con rabia. Estaba fuera de sí, completamente despeinado, con la expresión como si hubiese sido testigo de un asesinato o como si él mismo lo hubiese cometido. Admito que me asusté mucho, y al principio no pude prestar atención a lo que decía, porque su imagen era más potente que sus palabras. Más tarde pude entenderlo un poco más.
Estaba corriendo de un lado para otro, se dirigió a un hombre que estaba un poco antes que yo y lo increpó. Le dijo que cómo no hacía nada, que por favor lo ayudaran, que había niños que se estaban muriendo justo al lado suyo. Me perturbé por completo, miré a mi alrededor y busqué a los niños; pero no estaban por ningún lado. Pero él insistía y apuntaba al lado del señor, que ya no sabía cómo reaccionar y vi que estaba apunto de golpearlo, seguramente pensando que era un intento de asalto. El lunático pronto se dio cuenta de la impresión que le estaba causando a su interlocutor y lo dejó, no sin antes mostrarle una inexpresable cara de repulsión. Y ahí fue cuando me observó y se dirigió a mí. Ahora era a mí a quién interpelaba, sólo que empezó desde un principio más violento, preguntándome si acaso yo tampoco haría nada. No supe qué responder, moví mi cabeza diciéndole que no, sólo que no supe qué le estaba negando. Sus gritos se volvieron de angustia y me tomó de la ropa, pidiéndome que por favor los ayudara, que se estaban muriendo justo al lado mío, que tenían hambre, que algunos estaban gritando y otros ya no tenían fuerzas para hacerlo. Me dijo que a algunos los había secuestrado un grupo rebelde, que los sacaron de sus casas por la noche y los obligaban a matar. Yo no entendía nada, miraba a mi alrededor y no los veía, y por la angustia del señor pensé que tal vez le había pasado algo a sus hijos. Le dije que llamáramos a los carabineros, pero el me negó con la cabeza y ya sin poder hablar sólo se tiró al piso a llorar desconsolado. Fue entonces cuando llegó otra persona buscándolo, de bata blanca, por lo que deduje que era un médico. Se aproximó a nosotros y me pidió disculpas. Mientras tomaba al loco, me explicó que era un paciente que se había escapado, alguien que al parecer padece de esquizofrenia y que enloqueció luego de visitar África, creo. Me dijo que desde entonces parece alucinar y cree ver a estos niños que mueren de hambre allá, sólo que los ve al lado nuestro. Al decir esto y mientras el esquizofrénico se paraba, dijo: "no estoy loco, son ustedes los ciegos que no quieren ver". El médico no le discutió, sólo le dio palabras para tranquilizarlo un poco. Cuando ya se estaban yendo, me pidió nuevamente disculpas y me dijo que tratara de entenderlo, después de todo, le tocó ver una realidad muy fuerte y que no soportó el impacto, a lo que le respondí: "bueno, se entiende, la situación de esos pobres niños es insoportable". "Sí, qué lástima. Dios quiera que algún día acaben esas penas", me dijo antes de desaparecer.
Traté de volver normalmente, de hacer las cosas como siempre, pero algo era diferente. Por un momento me puse un poco paranoico y miraba a mi alrededor constantemente, por si es que había algún niño muerto. De pronto sentí que eso podría estar más cerca, me imaginé incluso cómo sería si esos niños realmente estuvieran muriendo a nuestro lado y no fuéramos capaces de verlo; pero ya al cabo de 10 minutos se me había pasado la paranoia y agradecí que es realidad no fuera de este lugar. Luego me fui preguntando cómo es posible que la locura pueda pegarse de esa manera, con sólo un par de segundos y me hizo cuestionar lo que era real y lo que era mentira.
Al llegar a mi casa, ya todo era normal. Pude tomar mi sopa y quitarme un poco los nervios que se quedaron conmigo después del incidente. De todas formas, esta vez me nació darle un abrazo más grande a mis pequeños. Quise abrazarlos un poco más y agradecí que no nos tocara ese tipo de cosas. Aunque un poco extrañados, recibieron bien mi exceso de cariño. Pero traté de que no se notara mucho, porque podrían malacostumbrarse y aprovecharse, así que después de 10 minutos les pregunté por sus tareas para mañana.

5 Comments:
No way!
Despues de leer de tus fantasmas, este cuento me pego aun mas duro. Tal vez si hay espiritus, atrapados en nuestro plano, y para los que tienen el don (o la maldicion) de verlos, los llamamos locos, los institucionalizamos, los demos drogas para que no puedan compartir sus realidades con nosotros. Asi funciona una sociedad estable; rechazamos lo diferente para poder mantener un equilibrio entre las multitudes.
Que emocion! Me alegro que estes bien. Me anadio a esos abrazos fuertes.
Lo que me da más pena es que los únicos culpables de eso somos nosotros mismos. Nadie nos obliga a no pensar en estas cosas, nadie nos pide ser "estables". Cada uno ha decidido abstraerse de cosas como ésta... y sentir que no les incumbe. Me da rabia, pena e impotencia.
No entiendo. Todo el mundo nos pide ser estables. Hay una forma correcta en vestir, en hablar, en percebir, en presentar... y cualquier acto al contrario se encuentra con un desfio, un bloqueo social. Estas diciendo algo diferente? Un abrazo!
Me refería en este caso a la estabilidad de la vida de las personas al ignorar el sufrimiento de otro. Esa forma de estabilidad, la que es a través de la indiferencia, nadie te la pide. Todos somos libres de ver a nuestro alrededor, saber empatizar con otros y querer ayudarlos; pero es una libertad completamente estéril.
En todo caso, con respecto a lo otro, tampoco se podría decir que soy de lo más estable... siempre estoy peor vestido, menos cuidado o soy más directo que lo "sicialmente estable", al menos esa impresión tengo jajajaja. Y por lo mismo paso vergüenzas jajaja.
<3<3<3<3
Publicar un comentario
<< Home