lunes, abril 28, 2008

Muchacha, no eres un ángel e irás volviéndote, a fin de cuentas, como las demás mujeres

No puedo creer que hayas llegado hasta este punto, demonio infinito. No puedo creer que yo haya accedido, con mi ingenuidad, a recibirte como oveja, lobo hambriento.

Te entregaste con un nombre y una personalidad falsos, envuelto en un cuerpo de perdición. No puedo más que maldecir aquel demonio a quien las maldiciones nada hacen. No puedo hacer más que llorar sobre la tumba de una esperanza que, débil, intentó vivir.

Ha regresado a mí, ha tocado en la puerta de mi vida, aquella pútrida vida llena de miserias y vida agónica. Viajé en vano buscando lo que creía haber encontrado. Todo se ha vuelto asqueroso, otra vez.

Si bien me desgarra aquel dolor de haber perdido una vida preciada, me siento un poco tranquilo de saber que, al menos al volver acá, me siento más preparado. En mi visita al mundo de la gente, aquellos que se refugian en la luz porque no se soportan a ellos mismos en el sabio silencio de la oscuridad, pude aprender a apreciar aun más este mundo de una hermosa soledad. Disfrutaré ahora, como nunca antes lo había hecho, esta soledad en que sólo yo soy responsable de mi felicidad, y no debo confiar en aquellos seres de la luz vacía y el ruido inútil para conseguir lo que quiero. Ya no más. He vuelto de ese lugar con una llaga que no sanará fácilmente.

Tengo un corazón roto, es cierto; pero puedo sanarlo para no romperlo más. Jamás volverá aquel demonio que, en su último atentado, entró a mi casa para despojarme de todo lo que me quedaba. Ahora que me ha embargado, generaré las fuerzas necesarias para decir: Desde cero... porque desde cero comenzaré una vida nueva y la llevaré hasta la cúspide de la felicidad de esa soledad. Detesto todo aquello que venga de las personas... odio a esa gente, a esa gentuza, a esa chusma inconsciente, a esos que necesitan de muchos para poder ser. Odio a ese objeto colectivo que depende de sus raíces y semillas para poder existir. No quiero ver más a ese virus que infecta lo que el pobre mundo alcanza a ofrecer.

Pero no seré injusto, y si ellos son todos contra uno, es más lógico que yo muriera y me despojara de este infierno, a que mueran todos y me quede en este averno. Cada cosa en su lugar. Donde manda capitán, no manda marinero. Nunca saldrá de mí el afán sobrevivir si esto es lo que me rodea. Las buenas intenciones se han convertido en una semilla que cae entre piedras, y no pienso desperdiciar este valioso elemento en tierra tan seca de esperanza.

Me inunda ahora el dolor de sentir que vuelvo a las tinieblas, mas sé que es acá donde debo estar. No guardo esperanzas y grandes cariños para esa infección que es patológica para sí misma. Prefiero volver a este remoto lugar de donde puedo observar y aborrecer sus obras.

Mi postura es indigna y no tiene honor, pero esas cosas son parte de un mundo al que no pertenezco. Ganas nunca me han faltado de construir, pero me devuelvo con el doloroso despecho de no contar con las semillas necesarias para el desierto.

Y todo esto, gracias a esa asquerosa forma semi-humana que vino a invadir mi vida de nuevo. Mi corazón ahora tiene odio y náusea, pero sé que podré colarlo más adelante, y viviré en esa pureza y castidad que sólo se consigue con la tranquilidad de una vida que habita en la serena soledad. Alma solitaria y pura, que se ha limpiado el barro de esta sociedad. Y aunque parte de mi castidad se la haya llevado aquel demonio que volverá, no pudo llevarse consigo algo que no me pueden arrebatar: la esencia. Y es en esta esencia donde guardo lo más preciado y lo que nunca me podrán robar. Y es que para la castidad no se necesita ser casto, sino tener un constante impulso a la pureza.

Una vez más me despido... y esta vez, aunque no lo puedo asegurar, lo diré con firmeza: es la última vez que nos despedimos. Maldito demonio que has sabido hacer de mi vida un martirio, maldito demonio que has al fin entrado en lo profundo de mi hogar. Ya no más, no volverás. Te he despedido y no me engañarás jamás. Ya no más. Y aunque vuelvas, sabré despreciarte, a ti y a tu inmunda forma.

Me invade la náusea de haber estado entre los que yacen bajo la luz vacía y el ruido inútil; pero ahora he regresado a la dulce oscuridad del sabio silencio. Hogar, dulce hogar.